El poder del recuerdo
Por César Martín Jiménez
Una suave brisa mece mis ramas. Desde aquí arriba, en lo alto de la colina, se puede ver la gran llanura ¡Ah, todavía no me he presentado! Soy un Warka. Vivo en la sabana de Etiopía, un país situado en el cuerno de África.
Todos los días veía pasar a lo lejos a una muchacha, de piel oscura, que iba en busca de agua. Iba a buscarla más allá de mi llanura. Más allá de las montañas. Desaparecía unas horas y volvía con los bidones llenos del preciado líquido. Su andar era penoso y fatigado. Ver a la pequeña Adina (“ella ha salvado”) cargando con botellones de quince litros, dolía. A pesar de tener poca agua, siempre vertía una generosa cantidad en mis raíces. Y, después, seguía hasta su humilde poblado, igual de lejano que aquellas montañas. Así, día tras día, la veía caminar.
Pero un día dejó de venir. Mandé a algunos de mis habitantes para buscar nuevas. Volvieron con ellas: han construido un pozo, el pozo de los olmos, en el poblado donde vivía. Sin embargo, al cabo de un tiempo, la amable joven se acordó de mí y, desde entonces, me riega todos los días ¡Gracias, Adina! Tu nombre tiene razón: tú salvas.