Omorfía

Omorfía

Por Pedro Osorio de Rebellón García.


En un manantial cerca de la ciudad de Tebas, vivía la hermosa ninfa Omorfía, cuyo nombre significa belleza. Tenía el pelo rojo como el intenso fuego, la piel blanca como la suave nieve, y los ojos negros y dulces. Contaba con la protección de Afrodita, diosa del amor y la belleza, quien al contemplar su hermosura, digna de los dioses, la trató como una hija, para separarla del mundo humano.
Un día, mientras se hacía una corona de flores sentada junto al arroyo, apareció un joven soldado que regresaba sediento de la guerra, y al ver la belleza de la ninfa, se quedó pasmado. La sed se sació. Cuando Omorfía se percató de la presencia del hermoso soldado, se quedó perpleja. Entonces el soldado le preguntó:
―¿Cómo te llamas?
―Es que… no puedo hablar con humanos ―respondió entrecortada.
―¿Quién te ha dicho eso? ―preguntó el soldado.
―Afrodita, diosa del amor y la belleza, de quien afortuno su protección.
―Yo soy Deacon, soldado del Batallón Sagrado de Tebas, y sirvo al gran general Pelópidas. No te voy a hacer ningún daño- dijo mientras le tendía el brazo.
En ese momento, Omorfía se puso colorada y sin dudarlo, agarró el fornido brazo de Deacon; quien le ofreció dar un paseo por la orilla del arroyo. Ella, a su pesar, se negó, sabiendo lo que podría ocurrir si Afrodita se enterase de su romance con un humano.
Pero antes de irse, Omorfía le regaló entre sollozos la corona de flores. Entonces, Deacon dijo:
―Vendré a este manantial todos los días, y te ofreceré caminar conmigo; hasta que me lo aceptes.
Y así fue, Deacon visitó a Omorfía durante 900 días, ofreciéndole siempre el agradable paseo. Pero un día, Deacon dijo:
―La siguiente semana, al amanecer, marcharé a la guerra; puede que sea la última, pero no por eso voy a perder la esperanza. ¿Quieres pasear junto al arroyo? ―preguntó.
―Por supuesto ―respondió cegada de amor.
Dicho esto, anduvieron por la orilla durante siete días y siete noches, pensando que probablemente sería la última vez que se vieran. En un momento desenfrenado de amor, Deacon gritó:
―¡No hay hermosura igual que la de la bella ninfa Omorfía; ni la mismísima Afrodita sería digna de semejante rostro!
En ese instante la grandiosa Afrodita se presentó ante los amantes, y dijo furiosa:
―¡A ti, Deacon te condenó a padecer en el Inframundo!, pero los ojos con los que contemplaste la hermosura de Omorfía, descansarán junto a las estrellas más brillantes, porque no son dignos de semejante castigo. Y a ti, hija mía- dijo mientras una frágil lágrima discurría por su mejilla- a partir de ahora, no habrá ser humano capaz de ver la belleza de tu rostro. Vagarás con Bóreas, Noto, Céfiro y Euro; y tu belleza se reflejará en la naturaleza, en las personas y en el arte.