Piqueros y arcabuces
Por Pablo Corrales Camacho.
Con ros blanco y pluma roja llevo orgulloso mi pica. Jamás dejé caer la bandera de Borgoña ni dejé de llevarla en buena lid.
Mi nombre es Eduardo Márquez, natural de Extremadura, tierra de conquistadores, y bajo mi jubón llevo seis países conquistados. Hubo momentos en los que veía oscuro todo, y no sabía si iba a bajar la gloriosa bandera que preservaron muchos antes que yo.
Os hablo sobre la guerra del pasado 24 de febrero en Pavía, en la cual nuestro blasón rozó la ensangrentada tierra italiana. Pero finalmente, logramos rebasar y aprehender a Francisco I, rey de Francia, gracias a Antonio de Leyva y Fernando de Ávalos.
Desde ese día no importa si vos sois alabardero, alférez o arcabucero, pues todos tienen la obligación de postrarse hacia la Virgen todos los días y jurar defender nuestro clero.
Era una fría mañana de invierno. La niebla cubría el valle y un manto de escarcha acampaba sobre la hierba. La niebla se confundía con el vaho que exhalaban los caballos por sus ollares que, exaltados a nuestro flanco, no cesaban de cocear el terreno.
En ese momento las gotas de sudor bautizaban mi badana. Puse el regatón del asta en la cuja; engasté el machete en el tahalí y me dispuse al combate.
Sin solución de continuidad me vi envuelto en la batalla. Aquellos minutos se me antojaron horas y una vez que se hubo despejado el humo provocado por la combustión de los estopines que alimentaban de pólvora los mosquetones enemigos, miré a mi alrededor constatando que el único que seguía en pie era yo, agarrando con ambas manos el mástil de la bandera.
Cuando creía que llegaba a su fin la batalla, percibí a lo lejos una humareda de polvo. No tuve claro lo que era hasta que escuché el relincho de caballos al galope que venía a lo lejos soltando una fuerte polvareda. En ese momento saqué del bolsillo de mi jubón un pañuelo con la imagen de Santiago, lo besé, me encomendé a él, y supe que venían en mi auxilio.